Redacto estas letras en la soledad de mi alma, que al filo de tu mirada desenvaina pensares y recuerdos. Si debo usar palabras, ¡que así sea!
Deleite de los dioses y ambrosia del mortal capaz. La vida, esa amiga fugaz que pronto habrá de dejarme, hoy me prepara un café; sabe a amargura y desdicha, sabe a pasado e infortunio. La muerte me asecha a lo lejos, sabe que pronto estaré con ella. Se acerca lentamente y endulza mi pensar con la promesa del mañana, del ayer y el ahora. Me susurra al oído palabras de aliento, ambos sabemos que aún no es tiempo de partir. Se ha vuelto mi amiga y la veo tranquila, rondando por ahí, atesorando por la eternidad los regalos que la vida forjó. Vivencias y recuerdos yacen en su pecho, inmortalizados en piedra o letras, quizá en pensares y canciones.
Al final, ¿qué importa? Desde mi lugar, las observo bailar; un niño nace en cada cabriole, un anciano da su último aliento en cada arabesque. Levanta su brazo la vida, brotan flores y colores, los pájaros vuelan por doquier; repone la muerte y con su canto libera, los pájaros duermen, las flores secan, llega la brisa y en su seno cobija el alma, la muerte la toma y atesora. ¿Quién soy yo para entenderlo? Un simple mortal que presencia en primera fila el danzar de la muerte con la vida.