Vaya elegía es dirigirme hoy a ti.
Considero que hemos lastimado a personas que no merecían la obligación de escoger una ponencia sobre una discusión de la cual no tienen más parte. Honestamente, al redactar estas letras, puedo sentir la duda carcomiendo mis entrañas. Quizá no debería seguir. Sin embargo, sé que necesito hacerlo. Total, si decides no aceptarla, regresaré tranquilo a casa por haber intentado.
Incoo esta prosa siendo egoísta, quizá, porque se siente bien pensar en sí de vez en cuando. ¡Oh, mujer! No necesito expeler un puñado de letras sin sentido en un papel, mas estaré satisfecho si llegas a leer esto que es, quizá, el último alegato que recibirás de mi parte.
Redacto estas letras desde la calma de un corazón digno. Quiero que sepas, ante tu partida encontré una paz que llevaba tiempo rezagada dentro de mí. Obligado a naufragar en los mares de mi ser, descubrí murallas, ríos infragantes de conocimiento sin descubrir. No te culpo, empero, tomo el atrevimiento de agradecer el tiempo que empleamos juntos. Me llevo gratos recuerdos, además, el empirísmo de una gran vivencia. Reitero, la disidencia del recuerdo amargo, le vuelve insuficiente.
Surgió la idea de plasmar los remanentes del sublime existir; no obstante, han perdido su fuerza. El vigor de la llama que los mantenía a flote no existe más. Si cometieres el asedio de guardar estas palabras, tomaré el atrevimiento al reconocer la encrucijada en la que, durante un gran tiempo, me encontré. Es fascinante admitir que fui feliz. Incluso, me atrevo a confesar que aún lo soy.
No puedo argumentar si guardas rencor; pero, me gustaría pensar que no lo haces. Si me equivoco, descuida, no sería la primera vez. En cualquier caso, solicito una disculpa. Sé que hubo disyuntivas a cada momento, diferencias de opinión e, incluso de pensar. Hoy, no necesito retomar sentires insípidos. A lo que mi memoria me permite acceder, fue de las mejores experiencias que, me atrevo a afirmar, ambos hemos logrado adquirir. Aprendí mucho a tu lado; aún así, otro tanto sin ti.
Rememoro de vez en vez alguna lección aprendida gracias a ti, no siento más dolor. Quizá en algún punto fue suficiente. ¿Sabes? He logrado algunas cosas de las que me siento orgulloso desde tu partida. En caso de que hayas llegado hasta aquí, ésta será una más. Cesé de lamentar tu despedida. No me pavonearé diciendo que fue sencillo. Ambos sabemos que mentiría y, eso no es parte de mí.
Tiempo atrás, guardé tus dádivas en un lugar especial, lejos del lugar que solían ocupar, aunque no lo suficiente por respeto al sentir. Quizá algún día estaré listo para decirles adiós. Mientras tanto, permanecerán ahí, a la espera de un propósito; pues el que los creó en primer lugar ha sido cumplido. Debo admitir, me regocija la calidez de un recuerdo, mas he conseguido perder, poco a poco, la dependencia hacia ellos.
Quisiera decir tantos halagos que jamás supe expresar, pero, el tiempo ha pasado. Me resulta incómodo atribuir lo sublime a un hatajo de letras, un burdo conjunto de palabras sin vida. He ahí que lo sublime no se debe elucubrar bajo el yugo del egocentrismo. Pese a su naturaleza y, a sabiendas de la inspiración que recorre mi pensar al escribir esta misiva, sólo resta la despedida. Ambos sabemos que no soy bueno en ellas, dejaré a tu criterio decidir si estas letras son suficientes.
Me despido de ti, no como un fénix, sino como un prodigio que se permitió ser.