Retoman su tono los colores, su aroma las flores, su cantar las aves. ¿Para qué? He aquí no lo hacen por mí. Segando el léxico restante de un moribundo hablar, rastros y vestigios de lo que quizá, nunca fue. Delirios de grandeza, opacados por un sobrio lamento de realidad. ¡Indigno tú y tu creación! ¿Acaso no lo ves? Incluso tu léxico te ha abandonado. Arcilla usabas, arcilla viste arder.

¡Infame herejía! —Vejez saluda a lo lejos; ríe, sabe que quizá, no le alcanzaré. Escupo en su rostro, jamás tuve interés. Reitera muerte, se une al carnaval—. ¡Já! Inmundo animal, esperas salida donde sólo hay ignorancia. Refugiado en la plenitud del insuficiente existir. ¿Qué diría de ti esa reina? Insípida plebeya que quisiste tomar. Amorfo gavilán, creías volar con un águila, te lamentas al verle consumir cual fénix. No volverá, sus cenizas han adoptado nueva forma. Tu amante ¡Iluso! no es más que un recuerdo. Incluso yo me rehúso a tomarte.

Etéreo infeliz —irrumpe la vida— salvaje pensar. Solías creer en mí. No importó cuantas veces clavé en ti mi voluntad . Aterrado buscas salir de mis brazos, conservas la esperanza de retomar el control. ¿Qué será de ti? Indiferente postras tu último esfuerzo ante mí, tus lágrimas nublan la percepción, incapaz de ver más allá de un segundo, murallas de tiempo.

Presencia una vez más, no importas jamás.