Contaré la historia de un hombre. Oh, mi querido lector, éste no es el relato sobre un hombre cualquiera, aquí desembocan los pesares y sentires, la inmortal experiencia de un mortal. Las sombrías vivencias de un inmoral. Lo que es, quizá, la habilidad de ser irreal.
En su incapacidad creó un mundo, un universo dentro del cual era capaz. Tuvo éxito; sin embargo, sólo dentro de sí. Su vil encrucijada lo mantenía atado a una desmesurada, estúpida mortal; quizá sólo buscaba ser feliz.
La fragante ambrosia del desengaño le atrapó, provocó estragos en él que jamás podrá remover de su existir. La inherente manía inmuta el flujo de ideas; se dice que la última vez que logró dormir, un alegato consumió su pensar, le absorbió y se convirtió en él. Su cuerpo, esa nave que jamás pidió, ahora lo traiciona.
Imposible, ¿acaso es? Un mortal que se desprende de su cuerpo a tal magnitud que éste se ve obligado a increar una consciencia alterna para sobrevivir cuando el piloto esté inactivo. Quizá una herramienta de emergencia, quizá la última escafandra de su realidad. Eso sólo lo sabe él. Y, ¿a quién se refiere el autor por ‘él’?
Testigo de infames traiciones, observó cómo su creación era corrompida por el existir. Una vivencia sinsabor, límites increados, barreras que no deberían estar ahí en primer lugar. Sumergido tanto en él, olvidó su pensar; hundido en la esencia del ser, olvidó las características de sí. Su existir se reviste de la naturaleza que puede aprovechar. Bombardeado por la maza del finito existir.
Se mira en el espejo, la mirada que a él lo ve le es impropia. La pupila que lo refleja a través del cristal es desconocida. Pareciera que, con la mortandad adquirida es incapaz de reconocer su mero existir. El vínculo a ese cuerpo no existe más. Incluso su alma lo ha dejado. Incapaz de recobrar el mando, se permite perder la ruta a una esencia desconocida. Aborrece lo que él ha provocado. Indigno no merece continuar.
Produjo la carga de una existencia inaudita, maldito sea el tiempo que perdió, maldito el momento en que decidió existir. Blasfema contra sí. ¿Catalizadores? ¡Insuficientes al adjuntar un pesar! Su esencia, su musa, su inspiración no existe más. Le aterra afirmar que no existió; teme admitir, no ocurrió. Insolente se le ve transitando por la vía del desarrollo, impuro osa apropiarse de su misma carne, mas se contiene al afirmar que su pasado le pertenece.
Se jacta, su ignorancia revela un sentir, ajeno pertenece acaso al más vil pensador. Recoge pedazos de sí, los distribuye a cada facción, rasga el alma, la aprisiona, no sabe qué hacer con ella. Insatisfecho la mira, en sus ojos puede verlo, le aborrece.
Llama al dolor, le tiende la mano; lo abraza e intercambia una puñalada, su mano cubierta de sangre, el inocuo vacío. Desequilibrio, insuficiencia susurra su pesar. Se detiene a escuchar el corazón, aumenta su pulso, la melena que le cubre se ve debilitada, se corroe y fragmenta. Protege la superficie, tergiversa vanamente e inquíria por qué.
¡Furioso inmortal! Ni siquiera ella te quiso tomar.